El Pájaro de la Noche

¡Abrázame, abrázame!, le dijo Aline sedienta de amor mientras sus ojos penetraban el cielo. Sus rizos dorados tocaban tenue a la punta el encaje del corpiño blanco que traía. Una eternidad la separaba de Iker su amado quien terso y trepidante alzó a eros en aquellos años lúdicos y la elevó a mujer. Aline cerró sus ojos para remembrar a plenitud las mil y un veces su ausencia, el libido sutil que entre piernas teje las fantasías errantes. ¡Abrázame, abrázame, déjame sentir tu piel!, extasiada apresó a Iker entre el raso fino donde la fuerza de vientre a vientre se define. 

¡Tócame, lléname de ti!, le dijo, ¡envuélveme en tu gasa blanca y aterciopelada!, Aline entregada continuó. La luz radiante iluminó sus cuerpos que abrían compás sus alas en sincronía, la danza íntima del placer finito que al tacto atrapa aún más que al infinito. Iker viril sentó temple dejando a Aline reverberando al soltar sus brazos extenuado y los puños de ambos empalmados. El aire enfrenó el vuelo y detuvo el vaivén de las campanas y al sentir las tientas tropezadas dio aviso de nuevo al olvido. 

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Aline despertó desorientada, había caído dormida frente al ordenador vencida por la confección del arte que hila minuciosa para traspasar el encierro. Era de madrugada. Un silencio amplio y sigiloso hacía mancuerna con el viento. Un canto dócil y trinado irrumpió aquel estado sugestivo. Era el pájaro de la noche. ¡Canta, canta!, le suplicó Aline al percibir su presencia. ¡Se que vienes cada noche, te he oído!, continuó sutil al acercarse. ¡Canta, canta, no desistas, al hacerlo me cobijas en mis tiempos de vigilia!

Darián Stavans

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